lunes, 1 de abril de 2013

Sonrisas con Filo.

Por mujeres como ella, imperios y gobernantes habían caído en desgracia. Su cabello, ondulado, caía como la más cara de las telas vaporosas que decoraban los salones de la gigantesca torre de Ju Huath, sobre sus pechos, redondos y blandos, perlados de sudor y apenas cubiertos por la escueta ropa que vestía.

Caminaba por el Zoco con la autoridad de un rey. Porque quería que la vieran, hoy sí. Los toldos multicolores del inmenso zoco proyectaban sombras que se recortaban contra el suelo como si fueran baldosas. Con cuidado, como si fuese un juego, ella posaba sus pies delicadamente esquivando el sol. Las miradas se giraban a su paso, quien la conocía levantaba la mano y se conformaba con una leve, sutil sonrisa, que susurraba a los oídos de quien escuchaba los secretos más ocultos.


Sobre la oscura piel y el cabello negro, dos enormes ojos claros contrastaban, y lo miraban todo con tanta seguridad que la desconfianza que escondían pasaba por completo desapercibida. La sensación al sumergirte en ellos era extraña, por lo menos, eso le parecía a Khorso que, sentado en un callejón escalonado con las piernas extendidas, la vio pasar despreocupadamente. Se paró la muchacha al verlo, perdiendo por un segundo la compostura, y seguidamente, sonrió y apartó la mirada, bajando por el callejón contoneándose. El Buscador se incorporó con un respingo, sonriente también, desempolvándose el gabán con las mangas cortadas y reforzadas con piezas de metal a la altura del hombro.

La mujer, con movimientos felinos, fascinantes y sinuosos, desapareció entre los velos que tapaban la entrada a una casa, mirando de reojo a Khorso. Una mirada que atravesaría montañas, abriría simas en alta mar... despojaría de su virtud a un monje Lushaní de las montañas en la Mano del Titán. Él la siguió, sin dudarlo un segundo y apartó las etéreas sedas que separaban el interior de la cabaña de las miradas indiscretas. Antes de entrar, desabrochó el seguro que mantenía un puñal sujeto en su vaina en el interior de su gabán.

No reinaba la oscuridad, algunos rayos de sol que atravesaban un tul de color pastel extendido sobre una claraboya teñían el ambiente de un color ocre, e iluminaban los numerosos almohadones y cojines que descansaban sobre las alfombras de aquél lugar.

-No lo vas a conseguir aquí- susurró Khorso escrutando en los dominios de las sombras, que bailaban elegantemente cuando la brisa agitaba las cortinas.

La voz que escuchó no vino de la oscuridad, vino de todas partes, era metálica y suave a la vez, húmeda y seca.

-Yo siempre consigo lo que quiero... Siempre, amado mío.

-...¡Amado!- rió Khorso -¿Amado tuyo? Demonios, cuánto endulzan tus palabras el que uno tenga ahora lo que te interesa.- dijo con sorna.

-Por favor, querido, no me malinterpretes... Siempre fuiste el primero.

-Siempre fui el primero en salir de tu vista. Por eso te intereso, no me inmiscuyo... igual que tú a mí, querida- puso énfasis en esa última palabra.

La voz, ahora más cercana, más humana, rió, y una mano se posó sobre el hombro del Buscador. Un extraño tejido brillante anudado a la base del dedo corazón se entretejía envolviendo la mano, haciendo un dibujo en torno a una gema azul que irradiaba un fulgor parpadeante, tan débilmente que sólo Khorso, que estaba a pocos centímetros del objeto y a oscuras, podría percibirlo.

-Siempre has sido de mis favoritos, dulce y valiente aventurero mío... Tú pusiste en mi mano el poder... Tú me ofreciste ser quien hoy soy.

-Te dí lo que me pediste, no finjas que no perteneces al Círculo.

-¿Al Círculo?...- encogió sus hombros, delicados a simple vista, y susurró -No tengo nada que ver con aquellos que se hacen llamar a sí mismos lo que no son... Ni los Magos ni los Sabios existen ya en nuestro mundo.

-¿Ah no...? Y lo que tú haces... ¿Cómo se llama?

-Soy una encantadora de serpientes, amado mío... - la lengua de aquella diosa, caliente como un hierro al rojo, lamió con calma el lóbulo de la oreja derecha de Khorso, dibujando una línea de ardiente saliva hasta su mandíbula. -Soy un hada del desierto... Soy la que convence y la que persuade, a la que sirves, a la que no puedes desobececer.

Khorso cerró sus ojos, entregándose a esas palabras, perdiéndose en la inmensidad de unas palabras que eran las dunas de un desierto sin fin. Tan magníficas y bellas como mortales. Aquella mujer, aquella bruja, era el peligro encarnado.

-Quiero la caja de las maravillas, mi querido... y me la darás ya. -Los labios de la muchacha se contrajeron en una sonrisa, ladina y taimada... El hechizo estaba surgiendo efecto, su artefacto estaba prácticamente gastado, inútil, pero aún confería poder a sus palabras, especialmente en las mentes débiles de los hombres.

-Quieres... el... horadrón...- Dijo Khorso como un autómata, con los ojos perdidos en un horizonte que en aquella habitación no era visible.

-Sí, querido... ¿Lo conseguirás para tu amada reina... mi heroico campeón?

-Lo... con... seguiré. Haré... lo que pides.

-Me devolverás el poder que me pertenece... ¿Lo harás, verdad?

-Te... devolveré... - Khorso ladeó su cabeza, manteniendo el contacto visual con esos ojos grises que prácticamente brillaban en la oscuridad, con su mirada fija en ellos, besó sus labios y sonrió, frunciendo el ceño y llevándose la mano a las costillas. - ¡Al lugar al que perteneces, maldita bruja!

Relució el destello de una hoja que cruzó el aire a la velocidad del rayo. En cuestión de fracciones de segundo, pasó de estar envainada en cuero a estar envainada en carne. Aquél era el estado natural de un cuchillo, el cambio de estado que requería de vez en cuando para no perder la consciencia de su utilidad. De la vaina de cuero a la de carne, de la de carne, al aire libre.


Los estertores que la voz de la mujer producían ahora no eran en absoluto agradables, y con ellos, la sangre brotó de sus labios, tan cerca del hombro de Khorso que manchó toda la parte superior de su atuendo. Sus ojos, abiertos de par en par, iban perdiendo la definición y la seguridad que poseían segundos antes, y se volvieron, vidriosos, hacia el hombre.


-Yo... - vomitó sangre de nuevo -te maldigo, Khorso... Que los mil demonios de las tierras descono... -volvió a toser.- cidas te lleven al fo... -sus palabras se fueron atenuando a medida que la alfombra se iba encharcando en su último lecho.

Khorso la sostuvo entre sus brazos y la posó sobre el charco de sangre que se había formado sobre la alfombra del suelo.

-Al fondo del mar... lo sé. -El hombre desató la gema brillante de la mano de la mujer y la introdujo en una de sus faltriqueras. Pasó su mano por la sudorosa mejilla de la mujer y limpió la sangre en la que estaba cubierto su puñal con el cabello de ésta, antes de envainarlo de nuevo oculto en su gabán.

Algún otro hombre más piadoso le hubiera deseado que descansara en paz, le hubiera besado una última vez ceremoniosamente. Khorso abandonó ese lugar tan rápido como pudo, dejando el cadáver más hermoso que pudiera existir tendido sobre un charco de sangre.

Algún otro hombre más piadoso recordaría aquello como un momento crucial en su vida. Khorso maldecía el momento en que aquella furcia había escupido sangre en su ropa, maldecía el momento en que casi fue dominado, y sonrió al recordar que poseía de nuevo una Gema Catalizadora.

Aquello le iba a reportar muchos beneficios... había que pensar positivamente... 

¿Cuántos gabanes se podría comprar con lo que ganase?

miércoles, 27 de febrero de 2013

La Luz de la Civilización.

Parecía minúscula. En comparación con el desierto, la floreciente metrópolis de Ju Huath era sólo un hormiguero, lleno de atareados obreros, cada uno cumpliendo su función. El entramado de las calles entre las chozas de arcilla y los puestos mercantiles del zoco era tan retorcido y complicado que cualquiera que no conociera cada piedra del pavimento, podría quedarse a vivir allí. El laberinto, le gustaba llamarlo. Dio un sorbo de su brillante copa de acero, manchándose los labios del espeso líquido rojo. El sol brillaba en el cielo, desparramando su luz por todo el Unhum Din, y se desplazaba rápidamente hacia el horizonte, creando las oníricas luces púrpura que en unas horas teñirían el cielo y el desierto. Era entonces cuando salían las caravanas, los viajantes, los peregrinos... y los bandidos.

Dio otro sorbo, con media sonrisa esbozada en la cara.  Echó una última mirada al zoco de Ju Huath desde lo alto de la torre que vigilaba la ciudad, el centro del gobierno, la Luz de la Civilización. La última biblioteca que se había mantenido en pie tras el Advenimiento. El Faro que había conducido a los náufragos y perdidos hacia su nueva vida. Se introdujo en ella por la abertura que daba del balcón al salón interior, cruzando las cortinas de seda que protegían el interior del sol. Sus pies cruzaron los suelos cubiertos de mosaicos, observando los esculturales cuerpos desnudos que descansaban sobre los almohadones ricamente tejidos que se esparcían por aquí y por allá en los rincones de la colosal habitación. La fragancia de los inciensos llenaba la sala como una nube, los perfumes coloreaban el aroma de aquél sitio. Olía a sexo y a expectación, a deseo.

Cruzó aquella sala y apartó otra cortina de seda que conducía a la puerta de un despacho lujosamente decorado. Un sirviente, vestido con ricos tejidos de lino y seda de colores brillantes esperaba de pie tras un sillón de cuero marrón colocado ante un escritorio gigantesco y lleno de papeles.

-Su señoría...- dijo el sirviente al ver entrar al imponente gobernante de Ju Huath

El hombre, vestía un chaleco con pedrería, que cubría una chilaba corta de un color blanco límpido, con finos encajes y costuras del color de la plata pura. Vestía unos pantalones de color oscuro, de corte muy ancho, metidos en unas botas de cuero blando. Su piel, negra como el carbón contrastaba con sus azules ojos fríos como el hielo. Una barba le cubría una cara de facciones duras y anchas, y todo ello lo cruzaba una enorme cicatriz que hacía temible la estampa del gigantesco gobernador.

-Merredh...- dijo con una voz profunda y cavernosa -¿Has averiguado algo...?

-Sí, mi señor, ha sido recuperado...- respondió el sirviente con seguridad -Lo ha extraído de las ruinas de Nïel un buscador.

-¿De Nïel?- Preguntó, sorprendido, el gobernador.- Ese hombre debe tener agallas. Traédmelo aquí, quiero hablar con él.

-Hay un problema... mi señor.- la mirada que le dirigió su amo le heló el corazón y el alma- no sabemos dónde se encuentra, lo persiguieron hasta el zoco y allí le perdieron la pista.

-Un chico listo... el zoco es sólo para quien lo conoce bien, y si ha podido eludir a mis hombres allí, es que lo conoce como la palma de su mano.

-Mi señor... puedo mandar a más hombres.

-No, Merredh, puedes retirarte, pensaré en una forma de arreglarlo.

-Su señoría...- Merredh hizo una reverencia y desapareció tras los velos traslúcidos que daban al salón.

Una sombra se desplazaba eludiendo la luz, y durante la conversación había permanecido inmóvil. Se movió de nuevo, y los ojos del gobernador la siguieron atentamente hasta que se dejó ver. Una figura delgada y cubierta de lino de color pardo apareció ante él. su cara estaba tapada por un turbante que solo dejaba al descubierto unos profundos ojos negros. Una capa negra le tapaba medio cuerpo.

-¿Vas a dejarme dar un paseo, Tristant...? Digo... Su señoría...- dijo la sombra con una voz siseante

-Vamos, no me cabrees. Si te envío ahí destriparás a ese tipo.- dijo el gobernador levantándose del sillón y acercándose a las cristaleras que cerraban las ventanas de la habitación.- No necesito un muerto más en mis calles, y lo sabes, necesito a alguien capaz que me consiga algún horadrón más... las reservas del último se están agotando.

-Ahhh, el dulce oro azul... la energía preciada. Prometo portarme bien.

-No te pago para que te portes bien, Fenris, te pago para que hagas lo que haces, esto es un trabajo que requiere diplomacia... sutileza.- dijo el gigantesco Tristant mientras se dirigía hacia un armario cerca de donde había aparecido el oscuro invitado- Los dos sabemos que ni la una ni la otra son habilidades que poseas- abrió el armario y cogió una capa, que se puso por encima de los hombros y se cerró con un gran broche de cobre, que hizo un sonido vibrante por unos momentos, como si contuviese un mecanismo.- así que yo mismo me encargaré de este trabajo. No creo que nadie conozca el Zoco mejor que yo, por lo menos no alguien en quien pueda confiar...

-Vaya, vaya... ya veo, el principito hecha de menos los viejos tiempos... ¿Eh?

Tristant, sonriendo, se acercó a un baúl y movió las tres ruedas con símbolos que tenía el candado que  lo cerraba, sonó un chasquido y el baúl se abrió. Sacó varios objetos de su interior. Se colgó una rodela del hombro y se ajustó un cinturón con una vaina ajada llena de remiendos, en cuyo interior descansaba una espada que había visto tiempos mejores.

-No sabes utilizar eso... ¿Para qué lo coges?- dijo con sorna Fenris, que había adoptado una pose de indiferencia, con los brazos cruzados y el peso sobre la pierna de detrás.

-Díselo a los que han mordido el polvo, amigo...- dijo el sonriente gigante.- y ahora, este principito se va a dar un par de vueltas por el zoco.- se dirigió de nuevo al armario y manipuló el fondo de éste con las dos manos, un sonido de engranajes salió de algún lugar dentro de la pared, y el doble fondo del armario se abrió dejando a la vista un polvoriento pasadizo esculpido en la piedra. 

-Diablos... ni siquiera yo habría detectado ese pasadizo- dijo el encapuchado con ironía.- No recuerdo que nadie te haya dicho cómo encontrarlo.

-Soy el Príncipe de Ju Huath, Fenris...- se colocó una mochila sobre los hombros antes de desaparecer en el pasadizo, hablando mientras se iba- de algo tenía que servirme, maldita sea...

La silueta se quedó de pie, solitaria en la habitación, mientras el mecanismo de engranajes volvían a cerrar el pasadizo secreto que su amigo había cruzado. Tras unos momentos, retiró de su cara el velo que se la tapaba y se sentó en el sillón de cuero. Su mirada vagó unos instantes por encima del escritorio, intentando encontrar algo de interés. Encontró un libro cerca de su mano "La Luz de la Civilización". Hizo una mueca y encogió los hombros,  acomodándose en el sillón, cruzó sus pies sobre el escritorio y abrió el libro.

-Podría acostumbrarme a esto...- murmuró para sí mientras pasaba la primera página.

martes, 19 de febrero de 2013

El Corazón del Zoco.


Las polvorientas calles de Ju Huath... de nuevo. Me ceñí el pañuelo que me tapaba media cara para evitar respirar la fragante nube de olores de la capital. Sudor, cuero, metal... a veces te sabía la boca a sangre con la simple cercanía del aroma de aquél sitio. Lo odiaba, pero eso sí, me daba dinero, y para eso había venido, nada más y nada menos. Entraría y saldría, eso es lo que decía siempre. Mi lugar estaba en los caminos, yendo de un lado al otro de las llanuras y los desiertos de Ma Thuat. Mis pesadas botas tintineaban mientras avanzaba por las adoquinadas calles del bazar. La gabardina, raída y descolorida por el sol y el uso, me pesaba sobre los hombros. Recoloqué las placas pectorales de metal y las diversas protecciones interiores que llevaba, distribuyendo así ligeramente su peso aquí y allá, como si así fuese a molestar menos. 

Buscaba un puesto en concreto, Madera de Huyien, los únicos árboles que sobrevivieron al Advenimiento. Por lo menos, los únicos que conocía yo en los que siguieran creciendo hojas verdes. En mis dos décadas y pico de vida, no había visto una planta que levantase más de dos palmos del suelo, a no ser que creciera sobre una roca alta. Había visto de lejos la Selva Exánime, pero el caso esque nada vivo crecía allí desde hacía siglos, eso es lo que hacía peligroso ese lugar. Aquello hacía que el puesto de Lothos fuera más extraño, debía haber costado mucho reunir tanta madera, debía costar una fortuna. La cabaña estaba abarrotada de artículos extraños, desde dentro, no parecía que hubiesen paredes detrás de todos esos trastos. Sorteé los colgajos que pendían decorativamente del techo, y avancé por el oscuro interior del puesto.

-Khorso... hacía tiempo que no te veíamos el pelo por aquí...- Dijo, desde detrás de lo que se podría llamar un mostrador, un enjuto y taimado personajillo.

-Lohtos el tacaño- garabateé una sonrisa en mi rostro y, tocándome una cicatriz que me surcaba la cabeza, contesté- la última vez tenía más pelo.

El vendedor me miró con interés la herida reciente y exhaló una risilla maligna mientras examinaba un extraño artilugio metálico, montado sobre un armazón de madera.

-Veo que no has cambiado.

-No lo he hecho, si algo funciona...- contesté socarronamente.

-Imprudente por tu parte, muy imprudente.

-Sí, la prudencia es una virtud de los mercaderes, yo soy un buscador, amigo mío.

-Oh, sí, un buscador... Supongo que traes algo para mí... ¿Verdad? Algo interesante?

-Quizá sí, pero, mi recién descubierta prudencia me está indicando que quizá debería llevárselo a otro mercader... La prudencia... espera ¿Qué? -fingí que me hablaba alguna suerte de ente- ¡oh, sí, la prudencia me está diciendo que me pagarán mejor ahí delante!

-¡Oh, vamos, vamos, Khorso, como has dicho antes, déjanos la prudencia a los mercaderes! -Lothos se removió en su silla, mirándome con creciente interés- La prudencia no consigue recuperar reliquias de esos... Destructores Garthianos, ¿Verdad, amigo mío?

-Eso es una verdad como un templo. Esta vez te va a costar el extra de cubrir con monedas esta cicatriz, Lothos. Quizá a partir de hoy empiecen a llamarte Lothos el Generoso, quién sabe!

-¡Ha!- rió el mercader con dientes separados en una fina boca bajo su puntiaguda nariz- No caerá esa breva... ¿QUÉ demonios me traes, Khorso?

-No lo vas a creer.

-Me tienes en ascuas...- fingió desinterés, pero en sus desiguales ojos ardía la llama de la codicia, sonreí para mis adentros: Nunca le decepcionaba, y hoy menos.

-Traigo algo que recuperé en un bajel de batalla de finales del Advenimiento, al menos eso ponía en algunas placas de su interior... tuve que acabar con un maldito lobo cavernario que se había quedado atrapado dentro, debía haberse alimentado de ese moco cósmico durante siglos, porque era enorme- expliqué mientras rebuscaba en mi bolsa de viaje.

-¡Khorso, Khorso, ve al grano, maldita sea! ¿Qué me traes?

-Traigo esto...- saqué de mi bolsa un cubo del tamaño de cuatro puños humanos envuelto en un trapo, que fui retirando calmadamente. El cubo estaba decorado con grabados ininteligibles, escritos en alguna extraña lengua olvidada en otra era. Brillaba levemente con un dorado resplandor en los sitios en los que, parecía ser, encajaban sus piezas, y emitía un sonido zumbante cuando lo movías.

Los ojos de Lothos se abrieron de par en par, y su sonrisa desapareció convirtiéndose en una mueca que algunos describirían como una mezcla entre el dolor y la excitación. Yo lo hubiera descrito como un mal dibujo hecho en la arena por un artista con aspiraciones.

-Un... es un... has traido... un... -Balbuceó el encorvado mercader.

-Sí, Lothos, un Horadrón... ahora, déjame pasar a tu maldito reservado y hablemos de cómo vas a mejorar notablemente mi nivel de vida.

domingo, 17 de febrero de 2013

La Catedral Abandonada y el Buscador.


Se desempolvó la pesada capa, tosiendo al respirar las partículas que volaron. Pisaba la superficie metálica de unas ruinas Garth, calentadas por el devastador sol de esa mañana de verano. Se recolocó los binoculares sobre la frente y agarró con fuerza la escotilla que mantenía cerrada aquella inmensa pared de metal. Se mantenía de pie sobre los surcos que formaban las decoraciones erosionadas por la arena de lo que, en la era de la destrucción, debió haber sido un bajel de batalla Garthiano.

Hizo un gran esfuerzo, el mayor que podía hacer, pero no consiguió mover ni un centímetro el volante que accionaba las barras interiores que mantenían la escotilla clavada en la nave. Se sentó sobre la puerta dando un respingo, recobrando el aliento tras el esfuerzo. Encendió su pipa y se tomó unos momentos mientras pensaba en cómo podría traspasar aquella puerta. No era la primera vez que encontraba unas ruinas Garth, y había conseguido algunos objetos interesantes en alguna de sus expediciones. Se arrodilló sobre su abultada bolsa de viaje, desenrollando su espada del extremo y rebuscó entre los trastos que guardaba. Sacó una pequeña empuñadura con un pomo labrado en cuyo extremo superior había algunos cables de metal entrecruzados que se introducían en la empuñadura y se conectaban a un pequeño interruptor de color verde.

-Esto servirá- pensó con una expresión triunfal en su rostro, cubierto casi en su totalidad por hollín y polvo. Su gabardina le protegía del abrasador sol del desierto. Activó el interruptor y una llama formó una línea uniforme de unos 30 centímetros de largo.



Usó su cantimplora para bañar con agua la superficie de la escotilla, se puso de nuevo los binoculares en los ojos y apuntó con el puñal ardiente al metal de la escotilla. Quizá en aquella maldita ruina encontrase alguna Reliquia Garth, que podría venderle a uno de esos mercaderes en el Bazar de la ciudad-estado de Ju Huath. Sonrió mientras abría una brecha al rojo en la compuerta

Las partículas danzaron brillantes en el aire mientras el puñal llameante hendía la superficie del muro de metal que, visto desde lejos, imitaba a la perfección la piedra que formaba el contrafuerte de una gigantesca catedral. El sudor perlaba la frente del robusto saqueador, como algunos lo llamaban en las calles de tierras más civilizadas. Él siempre había preferido Buscador. Tenía más gancho. Echó un vistazo hacia atrás, desde lo alto de la inclinada catedral, observando en todo su esplendor las extensas y polvorientas ruinas de la antigua metrópolis de Nïel. Las calles cubiertas por la arena del desierto describían tortuosos senderos entre los edificios, silenciosos testigos de los grandiosos logros que alcanzaron los hombres de tiempos ignotos. La quietud de la colosal ciudad era tal que resultaba incluso una visión relajante. Desde las alturas en las que se encontraba el hombre, sólo se escuchaba el murmullo incansable del viento que hacía del Unhum Din un sitio peligroso, en el que era fácil perderse. Cuando alguien se perdía en él, no se le volvía a ver jamás.

Los viajeros expertos, procuraban viajar exclusivamente de noche, guiándose siempre por las estrellas, y refugiándose en sus tiendas a salvo del sol durante los calurosos, mortales e interminables días. Pero hoy no era una noche de viaje, y aquél extraño hombre curtido por años de recorrer caminos tenía un propósito claro y cercano.

Extrajo del casco del bajel Garthiano el fragmento de metal que había cortado con su Puñal Flagha, y lo dejó apoyado junto al agujero que ahora había en su lugar. El interior de la nave desprendía un olor rancio, a humedad y muerte. El hombre entró sin pensarselo dos veces, descolgándose de un hábil salto hacia el oscuro interior de la catedral. Reptó unos minutos, intentando identificar su entorno por medio del tacto, mientras acostumbraba sus deslumbradas retinas a la oscuridad en la que se vería sumido en las próximas horas. Desenrolló el fardo en el que llevaba su espada, enfundada en una vaina que iba unida a unas correas, que enganchó al arnés que colgaba de su sobretodo.

Algo no iba bien. Había demasiada vida en los adentros de aquella ruina.

-Vamos, unas horas y quizá encuentres algo de provecho- susurró hablando consigo mismo, mientras se adentraba en la oscuridad- Unos miles de Nuans para comprar una nueva y bonita coraza... ya es hora de progresar, Khorso, ya es hora de progresar...

sábado, 16 de febrero de 2013

La Verdad Sobre el Todo.

En los tomos polvorientos que desenterré hace años de las ruinas de una arcaica biblioteca, lo describía como algo digno de ser observado. Hablaba de calles atestadas de gente, rostros sonrientes que observaban con orgullo la magnífica civilización de Nïel. 

Podías comprar comida en un puesto callejero, de camino a los talleres del distrito gremial. Mientras las posadas y tabernas abrían sus puertas, los incontables viajeros, volvían de más allá de la marca del Este, con sus botas cubiertas de polvo del camino, ávidos de una cama blanda, una comida caliente, y algo de compañía. Los protectores del feudo salvaguardaban una paz que no se había roto durante milenios, y quien osaba quebrantarla acababa en la extensa llanura de Bruniel. Hablaba en los tomos de las mujeres que cuidaban de sus niños, de las costumbres pacíficas de las familias de aquél entonces. 



Las bibliotecas, a reventar de la sabiduría de antaño, qué gran fuente de conocimiento... Seleccionado por quienes tenían entonces el poder.

La sabiduría la encontré en otras bibliotecas. Ocultas en sótanos en los que ni siquiera había llegado el polvo tras El Advenimiento, mil años atrás. Protegidas por seres que nunca debieron ser creados, cuya única misión era la de destruir a quien osara pisar las baldosas quebradas de su baluarte. Conseguir esa sabiduría me costó las cicatrices que recorren mi cuerpo. Pero entonces conocí La Verdad.

En lo más hondo de la resplandeciente metrópolis de Nïel, donde ni siquiera los más audaces se hubieran atrevido a bajar. Allí es donde la historia, escrita en los diarios de quienes la cambiaron, se revolvió inquieta. Cuando los poderosos Magos de la antigüedad descubrieron la verdad sobre el Todo. Cuando los poderes más increíbles se desataron, y los simples humanos que habitaban nuestro mundo entonces entendieron que los límites no existían. Allí, cuando el poder Telúrico de Ma Thuat, corrió entre los cuerpos de los nueve Sabios como el caudal de un río desbordado. El miedo a las Entidades les había parado hasta ese día. Pero el Todo les había revelado la verdad. No había tales Entidades, no existían los poderes por encima de la ilimitada magia de Ma Thuat... No existía quien pudiese frenar el poder de la Colectividad. El poder de los Nueve Sabios era infinito. Y entonces, sobrevino El Advenimiento.

Tiene gracia, descubrir algunos textos que revelan la verdad. Y cuando crees que eres de los pocos capaces de entenderlo todo, entonces entiendes que aquellos que han visto la realidad, no han visto nada, excepto una visión limitada por sus conocimientos. Y es en las bibliotecas destartaladas y cubiertas de polvo de las Catedrales Garth donde al fin descubres que no sabías nada. Abrir la escotilla de lo que en su día fueron los bajeles flotantes de quienes velaban por el Sustento y recorrer los oscuros corredores de estas fortalezas no es tarea fácil, pero eso es otra historia. Lo importante se encuentra en sus bibliotecas. En sus extrañas tablas brillantes. Su escritura era un misterio, y tardé décadas en encontrar material suficiente para traducir algunos de los textos que recuperé en las ruinas de Nïel, donde se estrelló hace mil años uno de estas Catedrales Flotantes.

Las Entidades. Los Garth. Los guardianes del Sustento. Ellos observaron atónitos a los Sabios de Ma Thuat arrancar el poder de las entrañas del planeta. Lo que mantenía vivo el mundo, lo que conectaba las fuerzas mágicas con el resto del universo. Es difícil de entender para nosotros el nivel de conocimiento de la raza de Garth... es algo a nivel planario. Ellos saben. Más allá de nuestro mundo, saben. Y supieron, tras observar la insensatez supina de los Sabios de Ma Thuat, que la civilización de Nïel debía desaparecer. Ma Thuat era demasiado importante para el resto del universo como para dejar que sus Magos extrajesen toda la energía mágica del interior de su corteza. Así pues, pusieron en marcha su plan. Desde lo alto, en los cielos, donde vigilaban el Sustento en sus Bajeles Flotantes de Piedra, declararon la guerra a los humanos de Nïel. La verdad que los Nueve Sabios habían descubierto era ésta: Las Entidades eran Garth. Los Garth eran humanos y no tenían poder sobre sus mentes, así que no podían impedir que controlasen las fuerzas Telúricas de su mundo. 

Y era cierto, los Garth no eran más que humanos, pertenecientes a otro mundo, a otra civilización. Y lo que estaba a punto de acontecer no sólo decidiría el destino de Ma Thuat, sino también el de ambas civilizaciones.

La guerra. El Advenimiento, así lo llamaron. Las Catedrales Flotantes Garth descendieron desde los cielos destruyendo ciudades, aldeas, campamentos, puertos... Pero confiaron tanto en el poder de su propia tecnología que subestimaron al poderoso consejo de Magos de Ma Thuat, cuyo poder desatado era inaudito. Nunca antes se libraron batallas tan devastadoras en todo el universo, tanto es así, que los bajeles Garth fueron destruidos, todos, hasta el último de ellos, y los Magos por igual asesinados por los poderosos Cazadores Garth. La lanza en el corazón de la civilización y la espada en su estómago, ambos bandos perdieron la guerra, y la destrucción acabó con, prácticamente, toda la vida del planeta.

Hoy, mil años después del Advenimiento, ninguno de nosotros sabe cómo la vida se abrió camino. Pero la raza humana sigue en pie, ignorante de lo que pasó en la antigüedad. Las bulliciosas calles de Ju Huath, la Perla del Desierto hierven llenas de vida, y en la vasta extensión de las dunas del Unhum Din, las caravanas provenientes de la Costa Yerma recorren los caminos, luchando contra los bandidos de las dunas y contra las bestias que, de tanto en cuando, se aventuran más allá del linde de la Selva. Los más audaces se atreven a explorar las ruinas de las antaño esplendorosas ciudades de la civilización de Nïel, y algunos locos incluso se atreven a buscar los Bajeles Garth para extraer las valiosísimas reliquias Garth y venderlas en los cálidos y polvorientos zocos de Ju Huath, o en los mercados marítimos del Atolón de Grayfus, donde mercaderes codiciosos o coleccionistas pagan verdaderas fortunas por baratijas de tiempos antiguos. Los marinos y los piratas infestan el Mar, y utilizan sus extraños artilugios sumergibles para buscar antiguos tesoros hundidos en los naufragios. Algunos valientes incluso se atreven a adentrarse en las profundidades de la Terra Incógnita, de donde, personalmente, no he oído que nadie haya vuelto.

Vivimos una época difícil. Los caminos son peligrosos y no lo son menos los rincones oscuros de las ciudades que pueblan Ma Thuat, los hombres que no conocen la verdad sobre El Advenimiento, crearon a los nuevos Dioses y los nómadas que honran las tradiciones siguen creyendo que los Espíritus de aquellos que velaban por nosotros hicieron arder el mundo para que éste renaciera de sus cenizas.

Esto es, amigo, lo que se puede extraer de la verdad... La vida siempre se abre paso, y en cuanto a los hombres, ni siquiera el Cataclismo hará que desaparezcan de la faz de este mundo, y posiblemente de ninguno. Pero hay cautela en mantener secretos tan antiguos como las piedras que sostienen las montañas del mundo, y esa cautela... mantiene el mundo en buenas condiciones. 


La propia Verdad que los Garth poseían, no es sino una visión global, cósmica sobre los hechos. Es un punto de vista más lejano... ¿Puedes imaginar lo lejos que podemos irnos, para encontrar otra verdad todavía más terrible? No, amigo mío... La verdad sobre Ma Thuat ha de guardarse bajo llave, por el bien del mundo, y por el bien de la gente que lo puebla. 




Auron Khasar, Protector de los Secretos Antiguos