Por mujeres como ella, imperios y gobernantes habían caído en desgracia. Su cabello, ondulado, caía como la más cara de las telas vaporosas que decoraban los salones de la gigantesca torre de Ju Huath, sobre sus pechos, redondos y blandos, perlados de sudor y apenas cubiertos por la escueta ropa que vestía.
Caminaba por el Zoco con la autoridad de un rey. Porque quería que la vieran, hoy sí. Los toldos multicolores del inmenso zoco proyectaban sombras que se recortaban contra el suelo como si fueran baldosas. Con cuidado, como si fuese un juego, ella posaba sus pies delicadamente esquivando el sol. Las miradas se giraban a su paso, quien la conocía levantaba la mano y se conformaba con una leve, sutil sonrisa, que susurraba a los oídos de quien escuchaba los secretos más ocultos.
Sobre la oscura piel y el cabello negro, dos enormes ojos claros contrastaban, y lo miraban todo con tanta seguridad que la desconfianza que escondían pasaba por completo desapercibida. La sensación al sumergirte en ellos era extraña, por lo menos, eso le parecía a Khorso que, sentado en un callejón escalonado con las piernas extendidas, la vio pasar despreocupadamente. Se paró la muchacha al verlo, perdiendo por un segundo la compostura, y seguidamente, sonrió y apartó la mirada, bajando por el callejón contoneándose. El Buscador se incorporó con un respingo, sonriente también, desempolvándose el gabán con las mangas cortadas y reforzadas con piezas de metal a la altura del hombro.
La mujer, con movimientos felinos, fascinantes y sinuosos, desapareció entre los velos que tapaban la entrada a una casa, mirando de reojo a Khorso. Una mirada que atravesaría montañas, abriría simas en alta mar... despojaría de su virtud a un monje Lushaní de las montañas en la Mano del Titán. Él la siguió, sin dudarlo un segundo y apartó las etéreas sedas que separaban el interior de la cabaña de las miradas indiscretas. Antes de entrar, desabrochó el seguro que mantenía un puñal sujeto en su vaina en el interior de su gabán.
No reinaba la oscuridad, algunos rayos de sol que atravesaban un tul de color pastel extendido sobre una claraboya teñían el ambiente de un color ocre, e iluminaban los numerosos almohadones y cojines que descansaban sobre las alfombras de aquél lugar.
-No lo vas a conseguir aquí- susurró Khorso escrutando en los dominios de las sombras, que bailaban elegantemente cuando la brisa agitaba las cortinas.
La voz que escuchó no vino de la oscuridad, vino de todas partes, era metálica y suave a la vez, húmeda y seca.
-Yo siempre consigo lo que quiero... Siempre, amado mío.
-...¡Amado!- rió Khorso -¿Amado tuyo? Demonios, cuánto endulzan tus palabras el que uno tenga ahora lo que te interesa.- dijo con sorna.
-Por favor, querido, no me malinterpretes... Siempre fuiste el primero.
-Siempre fui el primero en salir de tu vista. Por eso te intereso, no me inmiscuyo... igual que tú a mí, querida- puso énfasis en esa última palabra.
La voz, ahora más cercana, más humana, rió, y una mano se posó sobre el hombro del Buscador. Un extraño tejido brillante anudado a la base del dedo corazón se entretejía envolviendo la mano, haciendo un dibujo en torno a una gema azul que irradiaba un fulgor parpadeante, tan débilmente que sólo Khorso, que estaba a pocos centímetros del objeto y a oscuras, podría percibirlo.
-Siempre has sido de mis favoritos, dulce y valiente aventurero mío... Tú pusiste en mi mano el poder... Tú me ofreciste ser quien hoy soy.
-Te dí lo que me pediste, no finjas que no perteneces al Círculo.
-¿Al Círculo?...- encogió sus hombros, delicados a simple vista, y susurró -No tengo nada que ver con aquellos que se hacen llamar a sí mismos lo que no son... Ni los Magos ni los Sabios existen ya en nuestro mundo.
-¿Ah no...? Y lo que tú haces... ¿Cómo se llama?
-Soy una encantadora de serpientes, amado mío... - la lengua de aquella diosa, caliente como un hierro al rojo, lamió con calma el lóbulo de la oreja derecha de Khorso, dibujando una línea de ardiente saliva hasta su mandíbula. -Soy un hada del desierto... Soy la que convence y la que persuade, a la que sirves, a la que no puedes desobececer.
Khorso cerró sus ojos, entregándose a esas palabras, perdiéndose en la inmensidad de unas palabras que eran las dunas de un desierto sin fin. Tan magníficas y bellas como mortales. Aquella mujer, aquella bruja, era el peligro encarnado.
-Quiero la caja de las maravillas, mi querido... y me la darás ya. -Los labios de la muchacha se contrajeron en una sonrisa, ladina y taimada... El hechizo estaba surgiendo efecto, su artefacto estaba prácticamente gastado, inútil, pero aún confería poder a sus palabras, especialmente en las mentes débiles de los hombres.
-Quieres... el... horadrón...- Dijo Khorso como un autómata, con los ojos perdidos en un horizonte que en aquella habitación no era visible.
-Sí, querido... ¿Lo conseguirás para tu amada reina... mi heroico campeón?
-Lo... con... seguiré. Haré... lo que pides.
-Me devolverás el poder que me pertenece... ¿Lo harás, verdad?
-Te... devolveré... - Khorso ladeó su cabeza, manteniendo el contacto visual con esos ojos grises que prácticamente brillaban en la oscuridad, con su mirada fija en ellos, besó sus labios y sonrió, frunciendo el ceño y llevándose la mano a las costillas. - ¡Al lugar al que perteneces, maldita bruja!
Relució el destello de una hoja que cruzó el aire a la velocidad del rayo. En cuestión de fracciones de segundo, pasó de estar envainada en cuero a estar envainada en carne. Aquél era el estado natural de un cuchillo, el cambio de estado que requería de vez en cuando para no perder la consciencia de su utilidad. De la vaina de cuero a la de carne, de la de carne, al aire libre.
Los estertores que la voz de la mujer producían ahora no eran en absoluto agradables, y con ellos, la sangre brotó de sus labios, tan cerca del hombro de Khorso que manchó toda la parte superior de su atuendo. Sus ojos, abiertos de par en par, iban perdiendo la definición y la seguridad que poseían segundos antes, y se volvieron, vidriosos, hacia el hombre.
-Yo... - vomitó sangre de nuevo -te maldigo, Khorso... Que los mil demonios de las tierras descono... -volvió a toser.- cidas te lleven al fo... -sus palabras se fueron atenuando a medida que la alfombra se iba encharcando en su último lecho.
Khorso la sostuvo entre sus brazos y la posó sobre el charco de sangre que se había formado sobre la alfombra del suelo.
-Al fondo del mar... lo sé. -El hombre desató la gema brillante de la mano de la mujer y la introdujo en una de sus faltriqueras. Pasó su mano por la sudorosa mejilla de la mujer y limpió la sangre en la que estaba cubierto su puñal con el cabello de ésta, antes de envainarlo de nuevo oculto en su gabán.
Algún otro hombre más piadoso le hubiera deseado que descansara en paz, le hubiera besado una última vez ceremoniosamente. Khorso abandonó ese lugar tan rápido como pudo, dejando el cadáver más hermoso que pudiera existir tendido sobre un charco de sangre.
Algún otro hombre más piadoso recordaría aquello como un momento crucial en su vida. Khorso maldecía el momento en que aquella furcia había escupido sangre en su ropa, maldecía el momento en que casi fue dominado, y sonrió al recordar que poseía de nuevo una Gema Catalizadora.
Aquello le iba a reportar muchos beneficios... había que pensar positivamente...
¿Cuántos gabanes se podría comprar con lo que ganase?